lunes, 26 de junio de 2023

MARTES Y TRECE


Que no era supersticioso era sabido, que no creía en horóscopos, público, que tenía un gato negro y que todos los días pasaba bajo la escalera de su edificio en obras, habitual. Se creía inmune y pensaba que no iban con él las tonterías de la portera que le advertía cada mañana, “don Ginés, un día nos trae la desgracia a la finca…”, mientras acariciaba una pata de conejo, que escondía en el bolsillo de la bata.

Supo que era martes y trece cuando le despertó la radio, a las seis en punto.

Tomó el autobús hacia el despacho y llegó tarde. La primera vez en su larga vida laboral como secretario de la notaría de don Perfecto Palomino, que le lanzó una mirada agria desde su recargado sillón de estilo español. Pero no se atrevió a excusarse, el autobús había tenido una avería, pero se guardó muy mucho de dar explicaciones, total, era la primera vez que el notario llegaba antes que él.

A media mañana, los señores de Torresmasaltashancaído, llegaron para firmar unos poderes ya que vendían lo que les quedaba de patrimonio y marchaban a Mallorca, a vivir una dorada jubilación, como si hubiesen trabajado alguna vez en su vida.


Solícito como era él, preguntó, mientras les acompañaba al despacho del notario, si querían un refrigerio y doña Purita, acalorada como venía de la calle, le pidió un vaso de agua fresca, que él, sin saber cómo, le tiró en la pechuga de paloma buchona, al tropezar con la maldita alfombra que la asistenta aún no había retirado, a pesar de llevar bien entrado el mes de junio. Pidió una y mil disculpas, intentó secar las generosas delanteras de la señora, que irritada, le propinó un puntapié en la espinilla que le dejó cojo toda la mañana.


En la hora de la comida tuvo que esperar un rato largo a que le trajesen la cuenta y, mientras, su delicado estómago comenzó a quejarse amargamente del salmorejo ácido y del pescado rebozado. Volvió a llegar tarde y tuvo que salir a escape al baño, donde se deshizo, literalmente, entre truenos y mansalvas.

Pasó la tarde a base de manzanilla y al volver a casa, el ascensor estropeado, siete pisos sinuosos, reparó en que se había dejado las llaves en el despacho.

La portera no abría y decidió saltar por el ventanuco del portal a su terraza, con tan mala suerte que cayó al patio de luces, no sin antes llevarse la colada de la del quinto y las cuerdas del resto del vecindario.


De camino al hospital, en la ambulancia, el samur le miró a los ojos y le espetó, “te has cagado, cabrón”. Él hizo como que se desmayaba, pensando, “mañana será catorce y miércoles”.

jueves, 15 de junio de 2023

TREINTA Y TRES AÑOS, CUATRO MESES Y DIEZ DÍAS



–¿Tomarán postre?
La camarera había desplegado su mejor sonrisa, una sonrisa que le había costado tres meses de sueldo, sacando la libretita del bosillo del delantal.
Todos contestaron, “no, muchas gracias” sin mirarla y el padre, cogiendo la carta de postres, dijo, “pues a mi me apetece un brownie…”.
–¿Con helado de vainilla y chocolate caliente por encima?
–Sssssssi– dijo arrastrando las eses y mirándola por primera vez–. Es mi favorito…

Y la reconoció.
Habían pasado más de treinta años, estaba muy cambiada, extremadamente delgada y maquillada como una puerta, pero los ojos, esos ojos color azul tristeza, eran los mismos.

Adelina Cumbresaltas de Hinojosa, hija única de un terrateniente burgalés, fue educada para ser reina. Eso le repetían sus padres cuando era una dulce niña de cabellos dorados y ojos claros, impensable en la genética de los Cumbresaltas, que se reproducían como conejos y todos, absolutamente todos los miembros de la familia eran cabezones, morenos como el carbón y cejijuntos. La niña, por fortuna para su madre, había salido a ellos y la crió entre algodones y tules, no se fuese a malograr, ya que nació tras diecisiete abortos y los padres habían perdido toda esperanza de serlo.
Adelina, a pesar del ambiente familiar, se convirtió en una joven adorable y fue reina con quince años. La reina de las fiestas del pueblo de su padre, Frías, donde pasaban el verano.
Allí conoció al que acabaría siendo su marido, hijo de una familia que había emigrado al País Vasco y que también veraneaban en el pueblo. Fermín, estudiante de derecho en Bilbao, pidió la mano de Adelina cuando resultaba ya más que evidente su embarazo y la joven pareja comenzó su vida de casados en Madrid, él enchufado en un bufete de abogados conocidos del suegro y ella, que no sabía hacer la o con un canuto, en la peletería de una amiga de mamá, en el Barrio de Salamanca.

Con el nacimiento del bebé y el cierre de la peletería, comenzaron a pasarlas canutas. No llegaban a fin de mes y los Cumbresaltas andaban casi peor que ellos, por la mala gestión de la fortuna heredada.
La relación se fue deteriorando hasta el punto que decidieron tener un segundo hijo para arreglar lo que estaba roto y fue peor el remedio que la enfermedad.
Adelina se fue sumiendo en una depresión severa, que nadie supo o quiso ver, y Fermín, cada día más harto de tirar del carro, de los lloros infantiles, de la casa manga por hombro, de la desidia y la suciedad, salía del despacho y se metía en el cine, solo, o se iba a un bar a beber hasta las tantas.
Hasta que una noche, cuando introdujo a duras penas el llavín en la cerradura, se encontró con la casa vacía y una nota de ella, explicando que los niños estaban con la vecina y que se iba para siempre.
No volvieron a tener noticias, Fermín se ocupó de que sus niños no la echasen de menos, de culparla de todo y de cocerse a fuego lento en el caldo del resentimiento y la inquina.

Y ahora, ahora que la había encontrado sin buscarla, no pudo evitar sentir lástima.
Lástima por ella, cuando contempló su espalda un poco encorvada, la raíz blanca del pelo teñido, las arrugas que intentaba tapar con un maquillaje espeso, las piernas flacas y los andares de mujer devastada.

Y lástima por él. Por los más de treinta años, exactamente, treinta y tres años, cuatro meses y diez días, que él seguía estando solo.

viernes, 2 de junio de 2023

SISEBUTO




Hasta que llegaron, esta casa era un remanso de paz. Los últimos inquilinos, mis nietos, no daban un ruido y la vivienda, mi hogar, permanecía en una paz maravillosa.

Ya el trajín de la inmobiliaria me sacó un poco de mis casillas, gente entrando y saliendo, tocándolo todo, fisgando…

Y cuando llegó el camión de mudanzas y ocuparon el dormitorio de mis padres con muebles de Ikea, y las alcobas se convirtieron en antros siniestros, con pósters de melenudos y chapas de calaveras, la inquietud se apoderó de mi alma.

Cuando incautaron la casa, mi casa, no pude soportar el trajín. Los gemelos adolescentes insoportables, cantando a voz en grito, Just call my name 'cause I'll hear you scream, master, master!

La niña pequeña, repelente, con esa voz agudísima llamando a mamá a todas horas… las peleas entre ellos… la música diabólica…

Entonces comencé a abrir las puertas de los armarios por las noches. Cuando se levantaban, no solo no se morían de inquietud, como yo hubiese deseado, sino que, con un pitorreo irritante, decidieron que había un fantasma en la casa y me apodaron Sisebuto. ¡Sisebuto yo! Que mis padres me bautizaron con el bello nombre de Manuel Alejandro…

Entré en cólera y –ya llevaba décadas muerto y tenía unos cuantos poderes más refinados que cuando fallecí– comencé a descolocar las latas de la despensa, pero nada, más cachondeo a mi costa.

Desesperado, afiné los sentidos y comencé a descargar las cisternas de los baños de madrugada, pero solamente conseguía que madre susurrara, “Sisebuto, por dios, para ya, que madrugamos mañana”.

Conseguí que Alondra Winchester, una mezzosoprano que moraba tres casas más abajo, se viniese a la nuestra, y aullara a media noche. ¿Qué conseguimos? Que los aborrescentes, como los llamaba mi compañera de sustos, se descojonaran con que si me había echado una novia en el Tinder Fiambrero. Y eso ya si que no, por ahí no pasábamos. Así que nos hemos mudado al cementerio y vivimos la mar de tranquilitos con los otros colegas trescientos sesenta y cuatro días al año. Porque ahora, los aborrescentes, nos matan a sustos la noche que ellos llaman de Jalogüin.

martes, 16 de mayo de 2023

ODIO




Se arrodilló junto a la cama y contempló su rostro arrugado, los párpados hinchados, las mejillas hundidas y respiró el hedor de la vejez.
No podía soportarlo.
Madre había tenido la delicadeza de morir relativamente joven y sin dar un ruido, sin volverse una carga, un ser dependiente y desvalido como era, ahora, padre.
Y lo odiaba.
Lo odiaba por los capones, los tirones de orejas, el ponerle en evidencia delante de las visitas, ridiculizarle en público durante la niñez y gran parte de su adolescencia.

Y ahora tenía que lavarlo, darle de comer, limpiar sus babas…
Los olores a decrepitud, a pañal con mierda de viejo se habían impregnado por toda la casa, se le habían metido en la nariz y no podía deshacerse de ellos.

Volvió a mirarlo, la respiración era cada vez más trabajosa, inquieta, el rumor de su pecho indicaba que las flemas que no había aspirado no dejaban que el aire fluyese. De vez en cuanto boqueaba, y él seguía sin hacer nada, contemplando el cadáver en vida, esperando…

Un sonido a través del pañal y la fetidez nauseabunda, indicaron que había vuelto a evacuar, era la tercera vez y siguió sin hacer nada.
Llevaba desde el viernes por la tarde sin despegarse de su vera, había duplicado la dosis de morfina, y nada… eran casi las doce del domingo y el lunes a primera hora volvería la enfermera, no podía dejar pasar mas tiempo.

Con cuidado puso la almohada en la cara del viejo y apretó despacio primero, mas fuerte después, pero, como empujado por un resorte, su padre le agarró las muñecas y comenzó a patalear y gemir. Él se aplicó a fondo, echándose encima, apretando con todas su fuerzas, pero el viejo se resistía. No podía ser, él era un hombre relativamente joven. Sus casi cien kilos no podían aplastar a un moribundo en los huesos, sin aparente fuerza ni para levantarse de la cama… y se resistía como un león. Cómo lo odiaba. Sudaba a mares, la camiseta se le pegaba a la espalda, hasta que reparó en que había dejado de moverse, de luchar… por fin.

Levantó la almohada y dos ojos vidriosos, desencajados, lo contemplaron.
Cómo lo odiaba...


lunes, 20 de marzo de 2023

BROTE


En primavera siempre recaía, reparé en ello en la última conversación con Marina. Este año, como en los últimos cinco, las voces habían vuelto, puntualmente, el 21 de marzo, San Nicolás de Flüe.

Aunque madre se opuso con tenacidad a mi ingreso, ella decía que el esfuerzo por sacar nota en la EBAU me había puesto un poco nervioso, la noche del 1 de abril, San Venancio, las voces me confesaron que padre y madre habían regresado al universo paralelo y dos extraterrestres habían tomado sus cuerpos. Caminé despacio hacia su cama y observé en silencio cómo dormían, madre se despertó y al verme de pie, silencioso y taciturno, chilló y padre, espantado, salió corriendo y cayó escaleras abajo, fracturándose la tibia y el peroné. No me dejaron colocar los huesos y prefirieron llamar a una ambulancia.

Marina comenzó a tratarme. Con pastillas y una terapia que descubrió que yo estaba loco. Loco de atar. Eso decían.

Con el tratamiento mejoré visiblemente, pero una tarde del mes de mayo, en la clase de anatomía, el cadáver al que el profesor y varios alumnos iban a diseccionar, abrió los ojos y me pidió ayuda. Yo corrí desde la última fila y me abracé a él, gritando, aullando, que estaba vivo.

Entonces decidieron darme unas cortas vacaciones en esta casa de reposo. Marina es la directora, la única que me comprende, la que me escucha, porque ella también es uno de ellos, me da pistas cuando me enseña dibujos de manchas de tinta o cuando me indica que cierre los ojos y respire pausadamente mientras le cuento qué veo. Pero no veo cosas… nunca me pregunta qué escucho… porque lo sabe…

Ella y el jardinero. Matías intenta ponerse en contacto conmigo mientras pasa el cortacésped, se toca la visera, a un lado, a otro, un toque, dos, rápido, despacio, punto raya, raya, punto. Estoy intentando hacerme con un manual de códigos morse para, por fin, entenderle y ponerme en marcha. Estoy seguro que este primero de mayo, san José Obrero, la casa de reposo arderá por los cuatro costados.

Ya queda menos…



martes, 14 de febrero de 2023

DÍA DE LOS ENAMORADOS

 


—¿Le pongo un lazo?
—Vale…
—¿Rojo?
—Sí…

Asintió con la cabeza y le indicó que pusiera todo lo que desease, lazos, tarjetas y corazones. Salió de la floristería con un ramo enorme de rosas y escuchó a su espalda.

—¡Pero qué ven mis ojos! ¡Jamás me lo hubiera imaginado!— Y risas de mujeres mayores. Mayores como él, como sus mujer, como medio barrio…
—Ya ves, Valentina… El día de los enamorados…

Y se alejó sonriendo.

Valentina, vecina y amiga, se había quedado viuda recientemente. Desde que Vicente faltaba, ya nunca jugaban a las cartas los sábados por la tarde, ni tomaban el aperitivo juntos. Como Marisa, siempre había sido ama de casa, mujer de su marido y madre abnegada. Pero desde que se quedó viuda se le había soltado el resorte de “fémina liberada”, como lo llamaba él con mucho retintín. Ella paseaba por las tardes con un grupito de separadas y viudas, hacía Pilates, ya no se quedaba con los nietos para que sus hijos saliesen los fines de semana, solos, ni preparaba las paellas de los domingos para poder ver a los niños.

Y sí, él nunca había tenido el más mínimo detalle con su mujer, jamás le había comprado un regalo, siempre lo hacía ella, “con mi dinero”, decía él cuando su hija se lo echaba en cara, “con el dinero de los dos”, aclaraba Marisa con una sonrisa amable.

Porque Marisa nunca se quejó, jamás le puso un mal gesto, era la calma personificada y tan, tan buena persona que él siempre la había tomado por tonta.

Hasta que hacía un par de meses había discutido con su hija, a voces. La niña había sacado la mala leche de la abuela, la paterna, que era inaguantable, y le recordó que él se había jubilado mientras ella seguía haciendo prácticamente lo mismo que hacía desde que se habían casado, tener la casa como los chorros del oro, la comida dispuesta primorosamente, la despensa llena y ahorrarle un dineral en cuidadoras, chachas, cocineras y asesores fiscales, porque sería tonta, pero le hacía la declaración de la renta. Que él sería todo un señor fiscal del estado, un dios en su profesión, pero en su casa era un ser soberbio e irritante, egoísta, clasista, machista y todos los “istas” que se le ocurrieron.

“Es una cabrona”, pensó mientras elegía las rosas más caras, “pero tiene razón”. Y salió de la floristería un poco más alegre porque la chica de la tienda le había dicho que ojalá sus padres se hubiesen querido tanto después de cincuenta años de matrimonio.

lunes, 23 de enero de 2023

OLVIDADOS



Hicieron lo que pudieron, se entregaron en cuerpo y alma, se dejaron la piel, pero fue imposible rescatar a todos. Cuando llegaron a puerto parecían muertos vivientes.

Las miradas perdidas, los ojos fijos en algún lugar lejano, quizás en la última imagen que sus retinas habían conservado como un tesoro. Quizás las lágrimas de sus madres al despedirse. Quizás las sonrisas luminosas, blancas y sinceras, de los niños diciendo adiós con las manitas mientras ellos se alejaban, o las de sus esposas, resignadas al triste destino de parir mano de obra barata, año tras año.

Tal vez las hojas enormes, selváticas, verdes y brillantes, que se cerraban a su paso y, como el telón de un teatro, ponían fin a un episodio de sus vidas. O el mar azul, azul turquesa, diáfano, el océano cálido que les recibía con los brazos abiertos, como un monstruo disfrazado, para engullirles.

Porque eran náufragos, algunos con la suerte de haber podido cumplir la quimera de atravesar el mar perverso y llegar a tierra, al paraíso, al mundo mejor, al primer mundo.
Otros, los más, no habían podido cumplir el sueño y dormían en el fondo marino. 

Olvidados.

lunes, 16 de enero de 2023

SURREALISMO



Avanzó despacio por la arena ardiente. Los zapatos de filetes de pollo se iban deshilachando según avanzaba y los pies se abrasaban lentamente, cambiando de forma y color. No quería mirarlos porque tenía miedo de los dedos, sabía que se estaban convirtiendo en serpientes y eso, le daba pavor.

Llegó el momento que no pudo seguir caminando y contempló desolado cómo diez culebras huían zigzagueando hasta unas rocas peladas. Se puso a llorar y las lágrimas rodaron hasta el suelo empapando la arena, encharcando el terreno, fecundando la tierra y brotes malvas surgieron como culebrillas bulliciosas. En minutos el erial se transformó en un bosque violáceo y sus pies se convirtieron en cascos. Sintió cómo se transformaba. 

Relinchó con energía y comenzó a trotar hacia el horizonte luminoso.

lunes, 9 de enero de 2023

NOCHE BUENA



La Nochebuena era mágica. Toda la familia se reunía alrededor de la mesa del comedor, que, con las dos alas abiertas, se convertía en el cobijo hogareño, repleto de comida y bebida. Mi madre decía que no trajesen nada, pero todos llegaban con las manos llenas y, entre risas, se quejaba de que íbamos a estar comiendo sobras hasta Pascua. No se corrían las cortinas y los ojos indiscretos iluminaban la calle nevada.

Llegábamos pronto, para ayudar, decíamos, pero en realidad estorbábamos en la cocina, abriendo botellines y diciéndole a mi hermano mayor que el jamón se cortaba así, o "asao", y nunca acababa de llenar la fuente, mientras maldecía en arameo y le metíamos en la boca los trozos más grandes para que se callara.

Debajo del árbol los regalos esperaba a ser abiertos después de la cena, porque lo decía mamá, siempre se hizo así en su casa y cualquiera le llevaba la contraria…

Los abuelitos ya estaban piripis a media tarde. Se miraban como si fuesen adolescentes para escándalo de los hijos y pitorreo de nietos. Él se zambullía en los luceros luminosos, verdes como el trigo verde, de su mujer y recordaba la radiante mancha azul de su Cadaqués natal. Se arrimaba a ella, despacito y le canturreaba al oido: 

“Qué le voy a hacer si yo, nací en el Mediterráneo…”

lunes, 2 de enero de 2023

ANIVERSARIO





Cuando salió del baño el olor a tortilla de patatas invadía toda la casa, con cebolla, como a ella le gustaba.

Se asomó a la cocina y contempló cómo él fregaba la pila de cacharros que se habían ido acumulado sobre la encimera, la mesa, el carrito de la fruta, incluso en la trona de los niños que ya no usaban.

Pero esta vez no se enfadó, no le dijo, “quita, anda, que la que lías para nada que haces” ni se puso a fregar ni a recoger. Esta vez le dejó hacer y contempló, desde el quicio de la puerta, con una media sonrisa que no aparecía por su cara desde hacía meses, al chico guapo del instituto del que se había enamorado hasta las trancas. El que había envejecido mal, con su barriguita cervecera y su calvicie incipiente. El que seguía siendo el alma de la fiesta, el indispensable en las reuniones de viejos alumnos, el vecino amable que solucionaba problemas ajenos y el padre ejemplar al que sus hijos tomaban por el pito del sereno.

Contempló las anchas espaldas del hombre que no se rindió –como ella– en la primera crisis, cuando ambos se quedaron sin trabajo y luchó para que no les desahuciasen, como a los vecinos del quinto, que aún conservaban una deuda maldita y no tenían dónde caerse muertos.

Paco organizó una plataforma de defensa vecinal y lucharon, como un solo David, contra el Goliat bancario.

Puso música y le abrazó por detrás.

–Señora, me está acosando, usted quiere algo…

Rieron. Él nunca perdió el buen humor. Gracias a su carácter ella pudo dejar de tomar ansiolíticos y retomar su vida de mierda, entre renovación y renovación en el Centro de Salud.

Y ahora, con otra crisis en el horizonte, él volvía a estar sin trabajo, ella echaba horas, se manifestaba y –esta vez– no sucumbió al desánimo.

Se puso a dieta para disimular que comía lo justo y necesario para no morir. Compraba a crédito en la tienda de la esquina y ese puente de diciembre le había dicho a su madre que se llevase a los niños a la casa del pueblo, porque era su aniversario y quería celebrarlo como mandaba el Dios al que había dejado de encomendarse desde hacía muchos años.

Los niños protestaron, la abuela puso cara de acelga, pero ese fin de semana se quedaron solos y celebraron, después de muchos años, un aniversario glorioso, con tortilla de patatas, un sobrecito de jamón del bueno y cerveza de lata.

martes, 9 de agosto de 2022

CUANDO SEAS PADRE...




Cuando seas padre comerás huevos…

Y fue padre. Y cada vez que mojaba un trocito de pan en la yema amarilla y sabrosa se le hacía un nudo en la garganta y no podía evitar recordar las noches frías, alrededor del fuego miserable, donde su madre estiraba una cena tan escuálida que no llegaba para todos.

Fue padre y comió huevos, pero ni uno más que sus hijos.
Fue padre y se obligó, cada mañana al levantarse, hasta la noche, cuando besaba a los niños al ir a dormir, a no parecerse, en nada, al suyo.




martes, 2 de agosto de 2022

EL COSTURERO SE LO PUSE DE SOMBRERO



SOBRE EL POEMA DE LORCA...

Que dice que él me llevó al río
Que cuenta que yo no era mocita
Que se portó como un hombre
Que no quiere narrar…
Que no quiere referir…

Pues yo no quedo muda
Que también puedo hablar
Que él no me llevó al río
Que fue mi propia voluntad

Venía paseando, inspeccionando la yeguada
Grandes zancadas, pecho descubierto
Como si fuera el amo de la manada
Mi mirada se topó con la suya

Sonreí
Sonrió
Y allá que fuimos, a adentrarnos en la noche.

Su manos expertas
Mi deseo insatisfecho
Débito conyugal entre sábanas arrugadas,
Carnes fláccidas, sexo insípido,
Concluyeron en un éxtasis desconocido.

Forastero de carnes prietas
Amante furtivo, arrebato efímero…

Que dice que él me llevó al río.
Que diga…

jueves, 14 de julio de 2022

LOS OJOS DE MI PADRE



Iba conduciendo de camino al trabajo y en la radio escuchó la canción de Eric Clapton. Tarareó sin darse cuenta el estribillo: “That´s when I need my father’s eyes” y se puso a llorar.

Casi no había cumplido seis años, cuando reparó en la mirada crítica de su padre. No había aprendido a nadar, le daba pánico el agua y le apuntaron al cursillo veraniego en la piscina de su urbanización.

Era el niño gordito de la pandilla de perdedores, donde le habían aceptado como a uno más. El más torpe, el que siempre se caía del patinete y al que se le salía la cadena de la bici a perpetuidad. Y era consciente de que eso mismo le revolvía las tripas al padre, que había soñado con un “heredero” alto y espigado como él.

Era el único hijo de su segundo matrimonio y tenía dos hermanas mayores que se llevaban a matar con papá. Y no lo podía entender, porque él le adoraba. Haría lo que fuese para contentarle, para que se sintiese orgulloso, para arrancarle una sonrisa de corroboración, por muy pequeña que fuese. Por eso mismo, aunque vomitase a escondidas de puro nervio, se empeñaba en aplicarse en nadar, pero el pánico le superaba y todos los días, mientras su padre observaba desde la sombra haciendo que leía el ABC, lloraba en silencio, disimulando, tiritando, castañeteando los dientes, mientras gotas de lágrimas resbalaban por su barriguita blanda de niño gordo y su amiguita, la niña sin padres que no le gustaba a los suyos, le apretaba la mano con fuerza sin mirarle.

miércoles, 1 de junio de 2022

REFRANES




No era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño. No era la imagen de su cara aterrorizada antes de morir, ni la de sus ojos suplicantes, ni siquiera el contacto de las manos atenazando sus muñecas, fuerte al principio, para aflojar la presión según la vida se le escapaba. No soñaba con ella. Apenas recordaba la vida a su lado, los diez años de amor incondicional que ella había traicionado por un capricho, una extravagancia, un desvarío... a su edad...

No, no era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño porque había consumado el crimen perfecto. Lo que no le dejaba dormir era la ira y el coraje de haberse enterado de la infidelidad de su mujer el último. Como en los refranes.

domingo, 13 de marzo de 2022

LATIR




Jaime abandonó el hospital cuando la primavera comenzaba a pintar de colores las macetas de su terraza. Veinte días antes, cuando recibieron la ansiada llamada, las aceras aún conservaban restos de la gran nevada que había paralizado Madrid.

Cuando despertó en la UVI, intubado, rodeado de cables, muerto de frío y con un miedo atroz, lo primero que vieron sus ojos fue a su mujer y su hija mayor, con bata y gorro quirúrgicos y una sonrisa que se salía de las mascarillas por los lados, por arriba y por abajo, una sonrisa que a ellas les humedecía los ojos y a él le hacía palpitar el nuevo corazón que brincaba en su pecho como un pajarito.

A pocos kilómetros de distancia, siguiendo la primera salida a la autovía donde estaba su hospital, Marian fumaba un cigarrillo tras otro, mientras miraba cómo su jardín se marchitaba. Este año no tenía los ánimos suficientes para ir al vivero y cargar el maletero de plantas que alegrasen la vereda del camino a casa, a la casa que se había quedado en silencio por la culpa de un conductor borracho que, en un adelantamiento suicida, se había llevado por delante sus sueños y proyectos, al amor de su vida y padre de los hijos que ya no estaban con ella.

Lo único que le consolaba era que otra persona cobijaba el corazón que tanto amó.





sábado, 12 de febrero de 2022

DESPEJAR LA INCÓGNITA




Había que despejar la incógnita. Uno de ellos era el delator y las miradas acusatorias encizañaban, más si cabe, la situación.

Los sonidos de la noche inquietaban al centinela. Al raso, los peligros eran incalculables y saber que estaban en manos de un confidente no le tranquilizaba en absoluto.

De los nueve hombres que formaban el grupo de maquis acampados en Medina Sidonia, tres eran españoles. De los otros seis, dos tenían la nacionalidad francesa, otro había nacido en Orán, uno era un yanki que había luchado en las Brigadas Internacionales y se había quedado en España por amor y dos polacos, que no se sabía muy bien de dónde habían salido.

Todos pensaron en el americano, pero, a día de hoy no había pruebas que lo incriminasen. Además era periodista y estaba escribiendo una novela, evidentemente era de letras, imposible su implicación.

Uno de los polacos intentó convencerles de que “las matemáticas no mienten” y explicó, mediante una ecuación, que solamente podía haber tres delatores.

De los tres españoles, el más bestia, Aitor Arismendi, le arreó un culatazo en el cogote y lo dejó inconsciente, a la vez que bramaba, “¡despejada la puta incógnita y me cago en Pitágoras, en Tales de Mileto y en los números primos!”.

viernes, 19 de noviembre de 2021

PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR



No pudo superar las cinco etapas. Ella permanecía en la segunda. Estaba cabreada, muy cabreada y no podía soportar la alegría ajena. Se le acentuó el ceño y no toleraba que otros menos jóvenes, menos guapos y menos listos que él siguiesen vivos.

Lo que más le enfadaba era no haber podido despedirse del hombre de su vida, el único que supo comprender sus filias, sus fobias. El único capaz de tener la paciencia suficiente para esperar el momento oportuno, dejar que todo fluyese y que la vida, la puta vida, fuese más fácil.

Intentó, aconsejada por una amiga psicóloga, poner negro sobre blanco lo que sentía. La escritura era su fuerte, pero solamente pudo contar otras historias, de otras mujeres que nada tenían que ver con ella. Y se asentó en esa fase del duelo de la que ya pensaba que nunca podría salir, creyó que sería patológico y siguió viviendo a medias.

Y una noche, cuando ya fue capaz de salir con amigos, conoció a Marta. 

Era un poco más joven que ella y acababa de ser mamá. Era su primera salida en muchos años y de madrugada, cuando ya apenas quedaba gente bebiendo y riendo, le confesó que su primera pareja había fallecido. 

Se sentaron en la terraza, pidieron la última cerveza y, mientras todos volvían a casa, el horizonte comenzaba a clarear y se escuchaban los primeros trinos de los pájaros, ellas dos emprendieron el camino hacia la catarsis.

Marta había vivido la enfermedad, corta, pero intensa, cruel e implacable, de su pareja de apenas treinta años. Ella le dijo que la envidiaba porque al menos le quedaba el resquicio de la despedida, la oportunidad del adiós, la certeza de que él se había ido sabiéndose, sintiéndose, amado. Que no había muerto solo, desangrándose en una carretera comarcal, mientras desconocidos miraban esperando la llegada de la ambulancia.

Y Marta le contestó que ella hubiese preferido el beso de despedida de la mañana, la promesa de un “nos vemos esta noche, ¿salimos a cenar?” Y que todo hubiese sido rápido e inesperado, porque, al fin de cuentas ellos sabían cuanto les querían, el amor se demuestra, no hace falta repetirlo día tras día y, sobre todo, ella hubiese preferido no ver el deterioro y el estrago de la enfermedad. 

Lloraron. Llevaban años sin hacerlo y las lágrimas mitigaron ese dolor que se había arraigado –como una mala hierba– en sus corazones y no dejaba respirar, sentir, amar y ser las personas que habían sido antes. 

Y llegó a su casa y abrió el ordenador. Y escribió palabra tras palabra, la noche en la que él había muerto. Narró cómo y qué había sucedido. 

Cambió nombres, ciudades, protagonistas. Lo incluyó en una novela y nadie supo que estaba hablando en primer persona del singular.




jueves, 21 de octubre de 2021

COLORÍN COLORADO…





Colorín colorado este cuento se ha acabado. Y protestábamos, queríamos más, pero la tía Mercedes nos mandaba callar poniéndose un dedo en los labios y nos decía que la niñas buenas se duermen pronto, que si nos portábamos bien habría más la noche siguiente. Y nos tapábamos con el embozo hasta la nariz, cerrando los ojos fuerte y con la sonrisa aún dibujada en la cara. Porque cuando ella estaba, sabíamos que todas las noches habría un cuento maravilloso, largo y desconocido. 

Pero eso ocurría muy pocas veces, porque tras unas pocas semanas ella se iba a su casa, muy lejos, tan lejos que tenía que ir en avión, y ya nadie nos contaba cuentos antes de dormir.

sábado, 9 de octubre de 2021

EL CUADRO DEL COMEDOR

Estuvo colgado de la pared del comedor, siempre. Y nunca tuvo importancia. Era como las galletas del desayuno, el plátano de la merienda o la tortillita francesa de la cena. Estaba tan unido a sus infancias que cuando murieron los padres y le tocó en el lote número dos no supo muy bien qué hacer con él.

No es feo, pero tampoco bonito. Original sí. Las pinceladas a espátula le dan un aire de modernez sesentera. Trazos firmes de quien sabe del oficio, aunque el suyo era otro y –según le contó su padre– ilegal, por eso lo había pintado en los talleres de la cárcel de Alcalá.

Está en el salón y cuando alguna vez lo mira, no puede evitar entrecerrar los ojos y escuchar la voz del padre contando esa batallita a la que nunca prestó atención y que, ahora, añora hasta hacer que las lágrimas acudan a sus ojos.

lunes, 6 de septiembre de 2021

INICIO, NUDO Y DESENLACE



No, no es fácil escribir, escribir una novela, meterte en la piel de personajes que has construido, que has hecho evolucionar y que han vivido contigo al menos dos años de tu vida, el tiempo que has dedicado –en cuerpo y, sobre todo, en alma– a la creación de un inicio, de un nudo y de un desenlace que sean creíbles, visuales y sonoros.

No, no es fácil. Y es muy complicado encontrar a alguien que quiera publicar esa historia porque ha confiado en tu trabajo. Sí, es un trabajo, no es un pasatiempo, no es un hueco donde echar horas muertas. Quien lo dice no tiene ni idea o –peor aún– sí la tiene y prefiere ningunear algo por lo que se lucha por pura pasión. Y seamos claros, no todo el mundo tiene la capacidad de crear, por supuesto que hay un mucho de técnica y aprendizaje, pero lo otro, el arte, no se aprende. Y, a veces, eso molesta.

Afortunadamente, siempre hay quien sabe lo que haces, cómo lo haces y te aplaude. Porque es que si no, apaga y vámonos.

miércoles, 25 de agosto de 2021

PRIMAVERA



Se recompuso al salir del portal. Todas las semanas acudía a un terapeuta, un eminente psicólogo clínico que pasaba consulta en el barrio de Salamanca y, sí, costaba un pastizal, pero lo pagaba su ex, era uno de los acuerdos del divorcio y eligió el más caro.

Ese jueves había tocado fondo, se rompió por dentro y por fuera, lloró por sus padres muertos a los que no había atendido como debía, que no se merecieron, al final de sus vidas, esa falta de empatía a sus desvelos, al sacrificio infinito, a la abnegación más absoluta, para que ella estudiase, se formase y no fuese una indocumentada como ellos.

Lloró por el hijo que no llegó a nacer porque le venía muy mal, en ese momento crucial para su carrera, ser madre.

Y sobre todo, lloró lágrimas amargas de pura soberbia porque no podía soportar que su marido se hubiese fijado, se hubiese simplemente atrevido a poner los ojos, en otra. Otra más joven, más guapa y, probablemente, mejor persona que ella.

No quería volver al despacho aún, estaba a un par de manzanas y paseó hasta El Retiro, se compró un helado –olvidando por un momento la dieta eterna– y se sentó en un banco.

La primavera acababa de estallar en los prados y los árboles, esparciendo flores multicolores en el paisaje, oscuro hasta hacía un par de días. Era como un pequeño milagro y se dijo que ella también podía resucitar de entre los muertos y no hundirse en la miseria por un pequeño tropiezo. Al fin y al cabo todas sus amigas también estaban separadas. No era la tragedia que su madre profetizaba, recordándole que un marido como el suyo era un tesoro que había que cuidar todos los días, que antes o después ese bendito acabaría marchándose dando un portazo, como así ocurrió.

Sonrió mientras daba el último mordisco al cucurucho. Su madre era una antigua. La habían educado para “servir y proteger”, como decía su padre con mucha guasa. Y así había sido. Su vida había discurrido entre el cuidado de sus padres, de sus hijos y de su marido, en la pobreza, en la enfermedad y en la vejez. Siempre entregada a los demás sin pensar, ni un segundo de su triste existencia, en ella.

Y total, ¿para qué? Para acabar muriendo sola en una residencia, atendida por desconocidos que la limpiaban y cuidaban de forma aséptica, como a una más.

Y tampoco es que su matrimonio hubiese sido un camino de rosas. Cuando llegaron a viejos sus padres comenzaron a discutir como nunca lo habían hecho antes, se volvieron absolutamente insoportables, decían palabrotas y papá, cuando andaba con los parches de morfina, se cagaba en dios.

Entonces reparó en una pareja de ancianos que estaban sentados en el banco de enfrente. Parecía que la estaban observando, pero pronto reparó que su mirada la traspasaba y se perdía en el infinito. Llevaban mucho tiempo sentados uno junto a otro, sin hablar, sin mirarse, como extraños. “Para acabar así mejor estar sola” pensó. Y entonces, como si hubiesen leído sus pensamientos se miraron, sonrieron y los ojos irradiaron una felicidad y una conexión que ella no había conocido jamás. Se dieron la mano, se levantaron y comenzaron a caminar, despacito, con esos andares de viejo que a ella le exasperaban, pero que en ese momento envidió hasta el punto de sentir dolor físico y se perdieron de vista tras un seto florido.

Volvió a llorar y se sintió más sola que nunca.

miércoles, 18 de agosto de 2021

JIM, TOM Y HARRIET



Jim y Tom se arrastraban, literalmente, al porche todas las mañanas. Pasaban el día meciéndose en la hamaca, haciendo chirriar, acompasadamente, los ejes del balancín. A mediodía, cuando el sol recalentaba el tejado de cinz y era insoportable permanecer en la casa, Harriet se unía, tras depositar la bandeja con el almuerzo en una mesita a la sombra.

Los tres hermanos miraban el horizonte polvoriento y anaranjado con los ojos empañados por el velo de las cataratas. Eran viejos, huesudos y consumidos por los años terribles, el trabajo esclavo y la vida atroz en los campos de algodón.

Apenas hablaban, simplemente contemplaban el paisaje desolado y solamente, a ultima hora de la tarde, cuando la ciudad despertaba y se dirigía al río para deleitarse con el frescor de la brisa vespertina, ellos dejaban de balancearse, Tom se armaba con el violín, Jim desplegaba su pequeño acordeón y Harriet, con la tabla de lavar, entonaba los cantos de trabajo que había aprendido de su madre y de su abuela. Canciones que le enseñaron para no olvidar su origen africano, libre y feliz. Letras repetitivas para marcar el ritmo mientras sus dedos se volvían de cuero duro en la recogida del algodón. Sones que informaban, con unos códigos que los capataces desconocían, del esclavo huido. Melodías que no eran sino una cadena de solidaridad.

Y todas las noches Harriet cantaba, con la voz rota, mientras los paseantes apenas le prestaban atención.

jueves, 12 de agosto de 2021

GIRASOLES

 


A veces los problemas no unen los matrimonios. A veces los tiempos inciertos, los dilemas y la rectitud hacen zozobrar el amor hasta anegarlo.

Llegó al que había sido su hogar arrastrando los pies, porque le pesaba tanto el alma que no podía soportar la visión de su morada usurpada por los vencedores.
No solo había perdido la guerra, su casa y sus tierras, su mujer no quiso ni verle, no se atrevió a mirarle a los ojos y se escondió cuando le dijeron que llegaba.

“Tierra de olvido y de llantos de soldado”, musitaba entre dientes, mientras deambulaba entre los campos de girasoles que pertenecieron a su familia. Ahora estaban devastados, el sol no hacía girar las flores redondas, la tierra se había teñido con la sangre de los inocentes y la ciudad aún permanecía destruida después de todos los años que él había pasado lejos en un campo de concentración, tras habérsele conmutado –no estaba muy seguro del porqué– una pena de muerte.

Ella miraba desolada tras las persianas de la cocina donde ahora trabajaba. Tragaba lágrimas amargas mientras contemplaba lo que quedaba del cuerpo que tanto había amado y no se atrevió a salirle al paso, a abrazarle, a estrecharse en el abrazo amoroso que ambos anhelaban.

Le quiso tanto que no dudó en venderse a cambio de su vida.

viernes, 23 de julio de 2021

MATAMALA & TABLAJERO

Todos lo veían venir, era algo anunciado y no por ello les pilló por sorpresa. Que la carnicería y la pescadería compartiesen fachada tenía que acabar mal. Y así fue.

Benito Tablajero heredó el negocio familiar. “De casta le viene al galgo”, reía su padre –el otro Benito– restregándose las manos ensangrentadas en el delantal a rayas verdes y negras, mientras algún moscardón revoloteaba por la carnicería.
Benito hijo entró a trabajar nada más acabar la mili y retiró, varios años después, a los padres que ya se merecían un descanso y marcharon a vivir al piso de Benidorm, como dos marqueses.

Por aquella época los Matamala tuvieron que malvender muchos de sus inmuebles y el local pegado a la carnicería se lo quedó Paco, el pequeño, que junto a su mujer, inauguró “La Central” una coqueta pescadería que recordaba a las de Madrid, con sus azulejos azul ultramar y un mostrador con forma de barco donde el pescado brillaba esplendoroso, entre hielo picado y hojas de helechos.
Los Matamala y los Tablajero comenzaron a mirarse de reojo, a espiar los negocios y a anunciar a grito pelado que en la tienda del vecino la peste atraía a gatos, ratas o insectos.

La mujer de Benito, apodada “la ternera”, comenzó a blandir el pulverizador de DDT a todas horas. Cuando entraba algún cliente, cada vez más escaso, hacía sonar el “flis” no vaya a ser que algún moscardón veraniego apareciese de improviso y tuviese que dar la razón a la bruja de la pescadera –que era mala con avaricia– y no soportaba que ella pareciese una alemana grandota y de buen pellizcar, no como ella, una canija teñida de rubio con menos carnes que un guiso de alambre.

Las parroquianas murmuraban que la carne a veces olía y que igual iba a ser cierto lo que berreaba “el rape”, como habían bautizado a la mujer de Paco Matamala, que lucía delantales impecables, blancos como la nieve y ribeteados de lindas puntillas que cosía con esmero y siempre iba peinada con un moño “arriba España” y se pintaba los labios de rosa fucsia. Pero aún así, la cara, espejo del alma, como decía la mujer de Benito, era lo más parecido al sabroso pescado.

La guerra soterrada espantó a los parroquianos, que con tal de no escuchar los improperios que se lanzaban, sobre todo las mujeres, preferían esperar al vendedor ambulante de los sábados y los negocios comenzaron a deslucir.

El pescado, antes brillante y vivaz, reposaba, lánguido, entre el hielo aguado y las hojas –ahora– de plástico. 
Y era cierto que algunos días olía. Por las noches la peste salía de la trasera del local y muchos gatos visitaban el callejón ante la incertidumbre de los dueños que no se explicaban el porqué.
Pero la carnicería de Benito no iba mucho mejor. El Flit ya no hacía efecto y negras moscas, gordas como su mujer, atacaban al pobre incauto que se adentraba en la tienda, casi siempre para comprar algo de ultima hora.

La tensión acabó una mañana de sábado, cuando el vendedor ambulante tuvo la desfachatez de anunciar por el megáfono su llegada y aparcar, con toda su pachorra, en la única sombra, a la puerta de ambos negocios.
“El rape” no pudo más y blandiendo una pescadilla bombón salió a la acera desgreñada y berreando improperios. Pero “la ternera” no se arredró lo más mínimo y armada con el “flin” remató al pobre vendedor, que no volvió a aparecer por el pueblo.

Seis meses después se inauguró un supermercado de los modernos, con cestas para los clientes y dos cajas registradoras donde pagaban lo que ellos habían cogido de las estanterías, sin tener que esperar a que alguien los despachase, sin hacer cola ni preguntar quién daba la vez.
El rape reinaba en una y la ternera en la contigua.

Sus maridos, mientras, tomaban vinos en la tasca, la única del pueblo, que veía peligrar su gobierno en solitario ante la inminente inauguración de un “pub” de estilo inglés, en su misma acera, puerta con puerta.

jueves, 1 de julio de 2021

FEDERICO



No fue fácil confesar que era gay a su familia. Pero era algo tan evidente que se sorprendió con la sorpresa de su padre que se quedó sin palabras, pero literalmente, porque no volvió a abrir la boca hasta el día de su muerte en que sollozó que qué cruz, su único hijo y maricón.

Habría sido más fácil si hubiese sido hijo de un payés o un obrero de cualquier fábrica, pero lo era del juez de instrucción de Girona y cada vez que lo detenían, por obra y gracia de “La Gandula” él se enteraba.

Así que emigró a la Barcelona del Paralelo. Brindó con champán cuando murió el dictador, se manifestó vestido de mujer, acompañó a su pareja -el famoso escritor aspirante a Nobel– hasta la muerte, enfermo de SIDA y colgó, todos los años de su vida, la bandera arcoíris de su balcón.

Se juró que nunca perdonaría la intransigencia paterna. Y cuando murió su padre, el mismo año que derogaron la Ley de Vagos y Maleantes, acudió a su entierro vestido sobriamente con traje y corbata, un bombín en la cabeza y la cara tapada con una enorme manzana alegórica, patriarcal y delirante.

lunes, 14 de junio de 2021

NOSOTROS, VOSOTROS Y ELLOS





Llegué el domingo. A la playa, a mi playa.

Como todos los años, en el acceso a la entrada, el cayuco bocabajo da la bienvenida a los veraneantes para recordarnos la suerte que hemos tenido por nacer en el primer mundo, en el de la prosperidad, la comida abundante, el agua potable y los derechos humanos consolidados.

A lo largo de Zahora, mientras paseas por la orilla, se pueden ver restos de pateras que llegaron algún día, repletas de gente con padres, parejas, hijos… desesperada. Porque no puede haber mayor desesperación que la que empuja a alguien a echarse al mar sabiendo que solamente puede perder lo único que tiene, la vida. Una vida que en su país vale muy poco.

Este año alguien ha pintado el cayuco. Siluetas negras piden ayuda con los brazos levantados y los ojos enormes, aterrados, a punto de ser engullidas por el mar azul, apacible, vacacional, curativo y relajante.
Algunas son más grandes que otras. Y las pequeñitas, aferradas a su mamá, o su papá, piden auxilio y me recuerdan lo injusto que es nacer en algunos lugares.

Abro Twitter y veo la fotografía de miles de personas en Colón, apropiándose de la bandera de mi país, agitándola como si fuese solamente suya.
Y contemplo estupefacta un señor, o señora –no lo sé ni tengo ganas de averiguarlo– disfrazado con una cabeza de toro, plagiando al americano desquiciado, con mi bandera al cuello y varias pegatinas repartidas por su cuerpo, en las que se puede leer: “¡¡¡Stop invasión!!! DefiendeEspaña”.

No quiero ver nada más.

Entro en el agua, templada, apacible, vacacional, curativa y sedante. Recuerdo que estoy nadando en un cementerio y pienso que cuánto hijo de puta sobra en este mundo.

sábado, 3 de abril de 2021

SEMANA SANTA 1977




Habían pasado tres días desde el Domingo de Ramos y él estaba desaparecido en combate. Estuvimos juntos en el entierro de los abogados de Atocha y desde aquel día fatídico nuestra relación pasó de amigos a amantes. Yo solamente tenía dieciséis años y apenas sabía de la vida y la lucha de clases. A mi padre no le gustaba nada “el niño comunista de los marqueses” y yo hacia bien en esconder nuestra relación. El Viernes Santo apareció por mi calle. En aquellos tiempos la Semana Santa de Valladolid era un sindiós de procesiones, mantillas, música sacra y bares cerrados.

Me dijo que debería estar atenta, que el sábado “pasaría algo”. Y así fue, el Sábado de Gloria, Alejo García interrumpe la programación -insulsa en ese día santo- de RNE para anunciar, entre jadeos, que el PCE había sido legalizado.

Salí a la calle como una loca para gritar “Viva la República” pero no había ni Dios...

sábado, 14 de noviembre de 2020

MARILYN MORROS




Salió de casa sin portazo, sin voces, sin despeinarse. Se llevó la maleta roja y desapareció. Ella –sentada en la butaquita del despacho–, aún no se había repuesto del sofocón, cuando él tomaba el primer tren, sin saber qué destino llevaba.
Quería poner tierra de por medio, pero con ese maldito carácter y esa noción del honor trasnochada que le habían inculcado en casa, no supo hacer otra cosa que poner trampas para que ella las descubriera. Dejó señuelos, falsas pistas para precipitar su salida de aquella casa que ya le hastiaba. 
No podía dejarla sin más. Debía darle motivos. Y se los inventó. 

El primer paso era despertar sospechas. Infundadas, si, pero tenía que levantar una liebre inexistente.
Ella era buena, decente y confiada. No lo pilló enseguida.
Primero dejó el ordenador abierto, con correos de otra mujer que él mismo se había enviado. Pero ni los miró. 
Después dejó una camisa en el cesto con restos de carmín, pero ella no le dio importancia, incluso le comentó lo que le había costado quitar la mancha del pintalabios, que fuese más cuidadoso la próxima vez.
Pero a la tercera cayó como un mirlo. Y no fue con intención, creía que ella no daría importancia a que bajase la maleta del altillo y la ocultase bajo la cama con un poco de ropa para pirarse en cualquier momento. 

Ella era buena, decente, confiada y murió sin saber por qué su marido escondía unas plataformas del 44, una peluca rubio platino y un conjunto de lentejuelas tan exiguo como sus orgasmos.

martes, 10 de noviembre de 2020

Entrevista en Ser Madrid Sierra.




Siempre es un placer y un honor que Luís de la Calle me entreviste en la SER. Hoy hemos hablado de mi última novela, "Vega" publicada por Editorial Onuba.

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lunes, 19 de octubre de 2020

LA ESQUINA QUE FUE LA ALEGRÍA DE MADRID




Isak Dinesen tenía una granja en África. Yo un bar de copas. 

El StrawberryFields fue parte de la historia de la movida madrileña. El “Antro de Mala Muerte” que dio título a la canción del grupo de moda de los ochenta. El local mítico donde, una noche, Eric Clapton subió al escenario y cantó –junto al guitarrista aficionado el día de la jamsession– un Layla “unplugged” que puso los vellos de punta a los cuatro gatos que quedábamos a las tantas, y la fotografía que publiqué en Facebook fue portada de El País Semanal

Todo eran alegrías y alharacas hasta que llegó la crisis. Y con la primera crisis, los controles de alcoholemia y la prohibición de fumar, mi bar comenzó a deslizarse hacia un descenso, lento e inexorable, que anunciaba un cierre, lejano al principio, inminente con la segunda. La crisis definitiva.

Pero hasta para echar el cerrojo, fuimos originales. Organizamos una fiesta de despedida, la StrawberryFieldsForever de la que aún, a día de hoy, conocidos y extraños hablan. Y yo, que no acabo de rendirme, sigo jugando a la lotería y soñando con dar vida al local que languidece, cerrado a cal y canto, en la esquina que fue la alegría de Madrid.

domingo, 11 de octubre de 2020

BENIGNA MANSEDUMBRE




Benigna Mansedumbre era lo que se esperaba de ella. Casó joven y virgen con el hijo del boticario y eso, en su familia, era una señal de que los malos tiempos habían llegado a su fin.
En el pueblo las cosas eran como eran. Los ricos en su lugar, los pobres en el suyo. Que el chico de don Pelayo bebiese los vientos por la del mulero no era lo habitual, pero los padres no pusieron ningún obstáculo al casamiento, porque aunque la familia de ella no era precisamente de relumbre, la chica era guapa, hacendosa y decente.

Benigna creció escuchando susurrar a sus padres, sin comprender las frases a medias y las miradas cómplices. Sabía que era la hija pequeña y que sus hermanos mayores habían desaparecido tras la guerra. A veces preguntaba, pero siempre la mandaban callar y supo de sus hermanos cuando ya nadie les añoraba. 

Cuando marchó a vivir con su marido, su madre le cosió un ajuar sencillo pero digno, le explicó brevemente qué se esperaba de ella y le conminó a callar delante de su suegro y a obedecer sin rechistar a su suegra.

lunes, 28 de septiembre de 2020

VEGA




“Era una apacible tarde de septiembre, la vendimia había finalizado y el curso acababa de comenzar. Tas la resaca de las fiestas, el pueblo se quedaba algo triste, pero ese año aún más, porque una de las hijas de Pascual había desaparecido sin dejar rastro.”
Tras el hallazgo del cadáver de la niña desaparecida en las fiestas de su pueblo, Ana Gómez comienza el relato de su vida, que tendrá una extraña implicación en la resolución de los crímenes que –durante décadas– no dejan de inquietar a los habitantes de la comarca.
Hija de Angelita “La Rápida”, una de las asesinas más famosas de los sesenta, Ana Gómez ve la luz en la cárcel de Yeserías, donde su madre cumple condena por el envenenamiento de su marido, crimen que ella no cometió. 
Ana, cuenta en primera persona la historia de su familia, de cómo sus bisabuelos llegaron al Madrid de la Restauración Borbónica, huyendo de la pobreza, para malvivir en la ciudad. 
La historia del abuelo Ángel, el maestro republicano fusilado en la guerra civil y de cómo su madre y su abuela salen adelante, a duras penas, en los años terribles de la posguerra.
Vega de Tajo es un pueblo pequeño, que debe su nombre al río que lo abraza y que se convierte en un lugar de culto tras la película que logra un Oscar, en los ochenta, sobre la vida de la madre y la abuela de Ana.
Sin embargo, durante todo el relato, se van sucediendo varios crímenes. “El que las adolescentes siempre desapareciesen en fiestas parecía el guion de una novela negra barata, …” Que se resolverá, como casi siempre ocurre, por una simple y pura casualidad.
“Vega” es la tercera novela de una “saga” que comienza con “Yo Nací en Yeserías” y que cierra el círculo en esta historia sobre la amistad, la dignidad, la mala suerte y la felicidad.